La simulación por ordenador siempre me ha parecido un recurso impresionante. No sólo por lo útil que es para el estudio de fenómenos complejos, sino por las preguntas filosóficas que llegan a plantearse. A medida que los ordenadores se han hecho más potentes, las simulaciones también lo han hecho hasta el punto en que, poco a poco el ser humano ha sido capaz de reproducir fragmentos de la realidad con una exactitud sin precedentes. De todas las maravillas que estudiamos, la vida es posiblemente una de las más enrevesadas y en computación los intentos para imitarla o al menos para reproducir sistemas análogos no son algo nuevo.
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